ESPECTÁCULOS

Del big bang al bing crunch: el adiós de la comedia que erigió en ídolos a los nerds

Después de doce temporadas, la serie The Big Bang Theory llega a su fin. Cómo ayudó a enterrar antiguos estereotipos del científico como genio o loco, incentivó vocaciones entre los jóvenes y honró al nuevo rey de la cultura popular: el geek

Al pintor inglés Joshua Reynolds se lo recuerda por varios gestos: fue el retratista más famoso y requerido del siglo XVIII. Inspirándose en el mundo clásico, defendió la idealización de lo imperfecto. Además, se convirtió en el primer presidente de la Royal Academy of Arts y en uno de los 15 discursos que allí impartió postuló:

La máxima ambición de todo artista es que se piense que es un hombre de genio”.

En realidad, no se trataba de una pretensión exclusiva del arte sino de toda área relacionada con el saber. Desde hacía relativamente pocos años, había surgido con el advenimiento de la Ilustración una nueva etiqueta, un altar donde elevar a los fuera de serie. En especial si se trataba de hombres blancos: aquellos individuos que habían demostrado aptitudes intelectuales o creativas excepcionales se los señalaba como genios, destacándolos así del montón y consagrándolos como figuras, seres especiales a admirar para la eternidad.

Se trataba del renacer de una idea antigua. Los antiguos romanos creían que toda persona nacía acompañada por un espíritu que la guiaba a lo largo de su vida: el genio protector —equivalente al daimon de los griegos y al “ángel guardián” de los cristianos— dictaba la personalidad y modelaba su quehacer. Si una persona tenía un talento o habilidad sobresalientes, se pensaba que esto se debía al espíritu guía. Con los siglos, la idea de este compañero de vida pasó al olvido y la palabra se independizó para aplicarse directamente a la persona que mostraba un talento notable.

De “tener un genio” se pasó a “ser un genio”. Había nacido un nuevo tipo de héroe. Leonardo Da Vinci, Shakespeare, Galileo, Newton, Mozart, Tolstoi, Darwin, Curie, Einstein desde entonces fueron y son catalogados de esta manera: individuos quienes a través de su trabajo cambiaron permanentemente la forma en que la humanidad percibía el mundo y a los que se les debe rendir culto.

La muerte de los genios

Fue en el campo de las ciencias donde esta definición tan poco científica —tan poco medible y contrastable— resonó con más fuerza. Desde la profesionalización de la actividad científica en el siglo XX, los más brillantes físicos, matemáticos, químicos y biólogos fueron retratados bajo el signo de la genialidad: como mentes brillantes, seres humanos extraordinarios, únicos, infalibles. Albert Einstein, de hecho, es el genio de los genios, e incluso luego de muerto se buscó con la disección de su cerebro dar con la razones materiales peculiares.

Pero con las décadas, esta distinción que alcanzaba el status de santidad —que trascendía la moda, la fama y la reputación y muchas veces era amplificada por premios y distinciones— empezó a entrar en crisis. “Entre los seres civilizados modernos —señaló el psiquiatra Wilhelm Lange-Eichbaum su libro El problema del genio (1931)— una reverencia por el genio se ha convertido en un sustituto de las religiones dogmáticas perdidas del pasado”. Así, después de la Segunda Guerra Mundial, la palabra “genio” cayó en desgracia. Aunque los genios se negaron a morir. La noción era demasiado fuerte y se filtró en el imaginario popular a través del estereotipo científico, es decir, una imagen artificial, distorsionada y simplificada sobre los hombres y mujeres que hacen ciencia y que por décadas se repitió a través de los principales canales a través de los cuales el común de la gente conoce a estos actores sociales: el cine y la televisión. El sociólogo alemán Niklas Luhmann lo expresó bien: “Lo que sabemos sobre nuestra sociedad, de hecho sobre el mundo en el que vivimos, lo sabemos a través de los medios de comunicación”. En incontables películas y series, a los científicos se los representó mediante los mismos moldes: como locos o distraídos, como sujetos asexuados y aislados, obsesivos, aprisionados en sus propias ideas. Es decir, individuos acosados por alguna enfermedad mental —el precio a pagar por su genialidad— como en la película A Beautiful Mind (2001), alguna condición paralizante —La teoría del todo (2014)—, perseguidos por la tragedia al estilo de The Imitation Game (2014) o la locura y la ambición (Dr. Strangelove, The Boys from Brazil, The Fly, Re-animator, The Invisible Man, Jurassic Park, o los grandes enemigos de James Bond como Dr. No).

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