INTERNACIONAL

El mundo en crisis

En una ciudad pesquera del Cono Sur la gente cubre sus rostros con mascarillas para salir de sus casas, los niños han dejado de ir a la escuela, los alimentos escasean en los supermercados, el hospital está colapsado de personas con enfermedades respiratorias, las noticias falsas pululan, los apagones son cada vez más frecuentes y no hay certeza de cuándo se volverá a la normalidad. Pese a las coincidencias, Mugre rosa, la cuarta novela de Fernanda Trías (Montevideo, 1976), no es un relato sobre la covid-19 sino una novela distópica narrada por una mujer que sobrevive a un extraño fenómeno provocado por unas algas tóxicas cuyo hedor nauseabundo se propaga en forma de un viento rojo capaz de enfermar y matar a cientos de personas.

La mujer, cuyo nombre es un misterio, cuenta en primera persona cómo divide su tiempo entre sobrevivir y cuidar a su exmarido que se encuentra internado en el hospital del pueblo, a su madre que se resiste a aceptar que el mundo ha cambiado y a un niño con un síndrome que le provoca un hambre voraz.

Nadie sabe cuándo empezó todo. Poco a poco las algas se apoderaron del mar, pintándolo de un color rojizo. Un día cientos de peces muertos se amontonaron en las orillas de la playa. Quienes los tocaron o se sumergieron en el mar desarrollaron problemas respiratorios y se les empezó a caer la piel, hasta que murieron. Ahora, cada que suena la alarma que anuncia el viento rojo, la gente no puede salir de sus casas. El miedo, la incertidumbre, el estado de alerta y el hartazgo de vivir en un eterno presente caracterizan el estado emocional de los personajes de la novela. “No me resulta fácil describir el tiempo del encierro, porque si algo caracterizaba el encierro era esa sensación de no tiempo. Existíamos en una espera que tampoco era la espera de nada concreto. Esperábamos. Pero lo que esperábamos era que nada pasara, porque cualquier cambio podía significar algo peor. Mientras todo siguiera quieto, yo podía mantenerme en el no tiempo de la memoria.”

Mediante sus recuerdos la protagonista busca darle sentido al momento que vive. Su narración sobre la crisis se interrumpe por los recuerdos de su infancia en la playa con Max, su amigo de la infancia y exmarido, y de Delfa, la nana que la crió durante varios años porque su madre trabajaba o salía de fiesta. Las memorias de una vida en la que había pájaros en el cielo y salir a tomar el sol no era peligroso.

Sin embargo, en el centro del relato de la protagonista se encuentra Mauro, el niño al que cuida como Delfa cuidó de ella. El síndrome que padece Mauro le impide desarrollarse como alguien de su edad. Tiene problemas para hablar, para moverse y un sobrepeso que lo hace ver como una gran bola con manos y pies diminutos. Su hambre constante ocasiona que sea capaz de ingerir cualquier cosa: bloques Lego, madera, pollos congelados. El “pequeño monstruo”, como lo perciben las personas que se topan con él en la calle o que lo ven comer, pasa unas temporadas en el campo con sus padres y otras en el pequeño departamento de la protagonista, quien recibe un pago por cuidarlo. Lo que en un inicio parece una tarea sin un compromiso afectivo, como una especie de transacción que le permitirá a la mujer comprar un boleto para huir a Brasil con su madre, se va convirtiendo en el vínculo más profundo y valioso para ella. Es gracias a Mauro que no pierde la empatía ni la ternura cuando prevalecen el egoísmo y la hostilidad. Juntos, Mauro y ella intentan sobrevivir en el momento más álgido de la crisis. “Qué sería de Mauro si me pasaba algo a mí, el más mínimo roce del viento, o si algún patrullero me recogía en la calle y me arrojaba en la puerta del Clínicas. El pensamiento me abría un hueco de terror en el cuerpo.”

A pesar de las dificultades que representa cuidar a Mauro –no siempre obedece, cuando tiene hambre es capaz de cualquier cosa, incluso de lastimarse, no puede estar solo por mucho tiempo y se comunica con frases cortas y a veces incomprensibles–, la protagonista ignora los consejos de su madre y de su exmarido para que lo abandone. Cuando se ha hecho a la idea de que Mauro será su compañero por el resto de los días, la madre de este vuelve por él, separándolos para siempre. “Me pagaban para que, cuando llegara ese día, lo dejara ir.”

En su discurso de aceptación del Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2021, otorgado por la fil Guadalajara, Trías señaló que la inspiración de su novela fue la crisis climática que vivimos. Mugre rosa pone sobre la mesa los efectos que tiene la explotación de los animales para consumo humano. Debido a que se ha vuelto imposible pescar por la presencia de las algas, para satisfacer las necesidades alimentarias de la población, la compañía procesadora de alimentos, con apoyo del gobierno, desarrolla un producto hecho con tripas, huesos y restos de animales. “Carnemás era el producto estrella de la nueva procesadora […] El alimento soñado: veinte gramos de proteína por porción en un minúsculo vasito de plástico.” La mugre rosa del título del libro se refiere a la manera en que los trabajadores de la fábrica llaman a esos residuos gelatinosos de carne procesada que después se vendían de manera masiva con la promesa de nutrir a la sociedad. Cuando más adelante la planta procesadora se incendia, arruinando los planes del gobierno de seguir alimentando a la gente con su carne falsa, los animales que murieron no son considerados víctimas. En otro momento, la protagonista reflexiona sobre la ausencia de fauna en la ciudad, no solo los pájaros la abandonaron, sino toda especie que no sea humana. La dominación de las algas y el viento rojo parecen ser un castigo por esa hambre descontrolada y el deseo de dominarlo todo, un guiño a la rapacidad de la era que vivimos y que paso a paso nos está llevando a la extinción.

Mugre rosa no es una novela sobre la pandemia que nos acecha. Trías terminó de escribirla en diciembre de 2019, cuando apenas en Wuhan, China, algunas personas empezaban a mostrar síntomas de una enfermedad respiratoria, y su primera edición fue en octubre de 2020, cuando el miedo ya se había apoderado de todo el mundo. Sin embargo, la desolación que experimentan los personajes nos remite a nuestro propio presente. Quizás esto explique la recepción que ha tenido. En 2021 fue ganadora del premio Bartolomé Hidalgo de la Cámara Uruguaya del Libro, del Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz y del Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay; y en 2020 fue considerada por el New York Times como uno de los mejores libros en español. Pero, de haber sido publicada en otro momento, la novela igualmente habría sido merecedora de estos reconocimientos. La prosa de Trías es poderosa por la capacidad que tiene de crear imágenes angustiantes y también esperanzadoras con frases breves que a momentos coquetean con la poesía. “El recuerdo también es un residuo reciclable” o “La ausencia era algo lo suficientemente sólido a lo que aferrarse, y hasta era posible construir una vida sobre ese sedimento”, por mencionar unos ejemplos.

“La epidemia había tenido el efecto de reconciliarnos”, dice la protagonista cuando recuerda cómo cambió la relación con su madre en los últimos meses. Ese deseo de cercanía y de construir vínculos con los otros no nos es ajeno. Para los personajes de Trías, como para nosotros en estos más de dos años, la única cura al miedo y al caos es el amor, en cualquiera de sus formas. ~

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